Por Naed Sanabria
¿Alguna vez te has sentido diferente por tu apariencia, tu forma de hablar o ciertas tradiciones familiares? Tal vez has notado rasgos físicos marcados, expresiones antiguas o costumbres que parecen venir de otro tiempo. Todo ello no es casualidad: es el reflejo de nuestras raíces indígenas, un legado que vive en nosotros y que merece ser conocido, valorado y respetado.
Los pueblos indígenas no son cosa del pasado. Siguen aquí, resistiendo, preservando su cultura y aportando a nuestra identidad como país. Conocerlos es reconocernos.
A continuación, destacamos tres comunidades fundamentales dentro del mosaico cultural del Perú:
La mayoría de shipibos viven al lado del río Ucayali - Fuente: Denomades
Ubicados en las montañas de Cusco, los Q’ero son considerados uno de los últimos ayllus incas. Su aislamiento geográfico ha permitido que conserven muchas prácticas ancestrales: hablan quechua, cultivan en terrazas, utilizan una gran diversidad de papas y maíz, y celebran rituales que datan de tiempos prehispánicos. Son guardianes de una sabiduría antigua que se niega a desaparecer.
Estas comunidades —y muchas otras— representan las huellas vivas de civilizaciones que florecieron mucho antes que nosotros. Nos legaron no solo costumbres, sino también maneras de ver y entender el mundo.
Valorar nuestros rasgos indígenas es reconocernos como parte de una historia milenaria. Es afirmarnos como herederos de una riqueza cultural única. Es, en definitiva, un acto de dignidad.